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El café: La leyenda de Kaldi

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Había una vez, en las montañas de Kaffa (Etiopía), un pastor llamado Kaldi. Como cada día Kaldi sacó a pastar a sus cabras ladera arriba donde la vegetación era más espesa y permitía que las cabras comiesen tranquilamente.

Era un día frío y Kaldi decidió encender un fuego. Busco piedras grandes para marcar el perímetro, troncos para quemar y rastrojos para que el fuego prendiese con más facilidad.  

Kaldi reposaba tranquilo en frente del fuego, observando las nubes, los árboles y los animales que por allí se hallaban. De pronto algo raro llamó su atención. A poca distancia de donde se encontraba vio que algunas de sus cabras corrían y saltaban, como si estuviesen jugando entre ellas… Kaldi sabía que ese no era el comportamiento normal de las cabras, que solían ser más calmadas, así que se decidió a acercarse para ver si algo raro ocurría.

Mientras se acercaba se percató que las cabras masticaban unas bayas de un intenso color rojo. Extrañado, procedió a buscar el arbusto de donde provenían esas bayas. No le costó demasiado… a escasos metros vio un arbusto del que colgaban multitud de bayas del mismo color rojo intenso. Kaldi se acercó, arrancó un puñado y mirándolas extrañado, volvió delante del fuego.

Después de examinarlas durante un rato decidió probarlas, al fin y al cabo, era un experto en plantas y frutos pero, misteriosamente, esas bayas no le eran familiares. Sin dudarlo, se introdujo una baya en la boca y la masticó. El sabor era tan amargo que tuvo que escupirla rápidamente mientras hacía un gestó de desagrado… que cosa tan mala… pensó.

Kaldi aún tenía el resto de bayas en la mano, las tiró al fuego para deshacerse de ellas y siguió con lo suyo: observar las nubes, los árboles y los animales.

Después de unos instantes Kaldi empezó a percibir un olor extraño que no le era familiar. Después de dar una vuelta sobre si mismo tratando de averiguar de dónde provenía se dio cuenta que ese olor tan extraño pero a la vez tan agradable salía del fuego.

Kaldi se acercó a la hoguera, y pudo ver como las bayas, antes rojas, que había arrojado al fuego, ahora eran de color marrón oscuro… un color muy intenso, tostado. Fue entonces cuando con cuidado sacó del fuego una de esas bayas, y se aseguró de que era ese el foco del aroma. No sin dificultad, Kaldi recuperó una a una todas las bayas que había echado al fuego y las olió profundamente… ¡ese aroma cada vez le resultaba más agradable!

Kaldi volvió a su aldea y explicó el descubrimiento a los que allí se encontraban, entre ellos un Immam de una mezquita cercana. El Immam, extrañado se ofreció a probar las bayas tostadas pero… ¿qué efecto tendrían? Quizá era demasiado arriesgado tomar esas bayas directamente… así que decidió hacer con ellas una infusión. Fue tal el nivel de agrado de esa infusión que el Immam la ofreció a todos los aldeanos. Una aldea se lo explicó a otra, y esta a dos más…

¿El resto? ¡El resto es historia!

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